“Queridos hijos, Yo os hablo como Madre con palabras sencillas; pero están llenas de amor y preocupación por mis hijos, que me han sido confiados por mi Hijo.
Mi Hijo que, desde el eterno presente, os habla con las palabras de la vida y siembra el amor en los corazones abiertos. Por eso os ruego, apóstoles de mi amor: tened corazones abiertos, siempre dispuestos para la misericordia y el perdón. Por mi Hijo perdonad siempre al prójimo, porque así tendréis paz.
Hijos míos, preocupaos por vuestra alma, porque es la única cosa que os pertenece realmente. Os olvidáis de la importancia de la familia: la familia no debería ser lugar de sufrimiento y dolor, sino lugar de comprensión y ternura. Las familias que intentan vivir según mi Hijo viven en amor recíproco.
También cuando era niño mi Hijo me decía que todos los hombres son sus hermanos; por eso recordad, apóstoles de mi amor, que todos los hombres que encontráis son familia, hermanos para mi Hijo.
Hijos míos, no perdáis tiempo pensando en el futuro con preocupación, sino que vuestra única preocupación sea cómo vivir bien cada momento según mi Hijo: aquí está la paz.
Hijos míos, no olvidéis nunca orar por vuestros pastores; orad para que puedan buscar a todos los hombres como hijos suyos, y según mi Hijo sean padres espirituales.
Os doy las gracias”.