Desde la Ilustración se afirma que fue el Concilio de Trento el que por fin reconoció que la mujer tenía alma, cosa que no se llegó a afirmar en la Edad Media. La mismísima Simone de Beauvoir llegó a más, y afirmó que la Ilustración quitó definitivamente el polvo de la caspa eclesiástica, que había condenado a la mujer al nivel de los animales desde los orígenes del cristianismo.