2 de Noviembre de 2017
‹Él puede entrar. Entonces todo estará bien›
A tu puerta, esperando...
El último libro del Nuevo Testamento, el Libro de la Revelación(cap 3,20) , nos dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
¿Cuánto tiempo haremos esperar a Jesús tras la puerta de nuestro corazón?
Jesús llama a la puerta del corazón humano para que nos abramos al perdón y a la reconciliación, para que sintamos que El sigue vivo en cada hombre. Jesús está en tu puerta esperando cuando los sentimientos negativos te dominan para que sientas que hay esperanza, para que no te dejes llevar por la mediocridad y el pecado, para darnos verdadera paz y verdadera vida.
La puerta del corazón humano se abre desde dentro, y Jesús espera, paciente. Es como si hubiera una lucha dentro de cada uno de nosotros. Por un lado, queremos abrir la puerta, sabemos que al abrirla entrará la paz, la alegría, y “cenaremos con Él”. Por otro lado, hay algo en nosotros que no nos deja hacerlo, tenemos miedo a perder algunas cosas, nos sentimos débiles para decirle definitivamente no al pecado y a las cosas del mundo. A veces simplemente nos parece imposible comenzar una nueva vida. En el fondo, no tenemos fe, no confiamos en Dios. Todo esto nos hace sentir inquietos, Nos gustaría, pero en el fondo, no creemos que Jesús este ahí esperando, tras la puerta, porque pensamos que no merecemos, que nunca merecimos tal cosa.
Pero hay esperanza, incluso para aquellos que tienen la puerta más cerrada. Dios todo lo puede, y puede entrar incluso en una puerta cerrada, como le ocurrió a André Frossard y a tantos otros, que tras una vida de indiferencia o incluso desprecio hacia Él, en un momento fueron iluminados con su luz y cambiados para siempre.
Hay esperanza, aunque no seamos capaces de abrir la puerta. Jesús conoce nuestro anhelo íntimo de paz y plenitud, nuestra búsqueda de una satisfacción y felicidad plenas que este mundo no dá ni puede dar. Él puede entrar en nosotros y en nuestros secretos, aunque la puerta esté cerrada, aunque no podamos abrirla, esclavizados por el pecado, cegados por la soberbia, confundidos por el mundo, o temerosos de cambiar.
Él puede entrar. Y entonces todo estará bien.